Si bien es cierto que el invierno
en Alemania se hace bastante duro, no tanto por las bajas temperaturas
sino por las pocas horas de sol, también lo es que las navidades tienen
ese punto cinematográfico que tanto se echa de menos en España.
Los primeros copos de nieve del
invierno, los escaparates de los centros comerciales, la gente ataviada
con gorros, bufandas y guantes o un domingo en el sofá bajo una manta con
la blanca ciudad como fondo pertenecen a ese ideal colectivo de la Navidad.
Sin embargo, hay algo que me gusta mucho más que todo eso, y es el mercado
navideño.
En el mercado navideño solemos
encontrar en un lugar central un pequeño escenario en el que coros de la
región regalan al público las canciones navideñas que han ensayado durante
los últimos meses. En torno al escenario y en calles que forman una diminuta
ciudad se albergan preciosas casitas de madera que contienen puestos de
productos y alimentos artesanales. Juguetes de madera, complementos tejidos
a mano o embutidos fabricados a la antigua usanza son oferta habitual en
dichas casitas. Además de eso suele haber algún carrusel, un trenecito
e incluso puede que una diminuta noria como atracción para los más pequeños.
Por último nos topamos cada pocos metros con puestos de comida que ofrecen
crepes, salchichas, pizzas, waffels, fruta cubierta con chocolate o frutos
secos garrapiñados.